25 de enero de 2008

La Paradoja de Fermi, ¿Dónde Están las Civilizaciones Extraterrestres?



Cincuenta años después de que el
físico italiano Enrico Fermi planteara su famosa Paradoja, la Humanidad
sigue preguntándose: ¿dónde están ellos?, ¿por qué no tenemos pruebas
irrefutables de la visita o existencia de civilizaciones
extraterrestres? Quien desee una respuesta a esta incógnita, se
encontrará con una sorpresa: existen decenas de ellas entre las que
elegir.



Stephen Webb, un físico que trabaja en la británica Open University,
lleva años investigando y reuniendo las diversas “soluciones” aplicables
a la Paradoja de Fermi. En su reciente libro, “Where is Everybody?”,
llega a una desalentadora conclusión: el problema sigue siendo tan
intangible, tan huidizo debido a nuestros pobres conocimientos, que aún
somos incapaces de determinar cuál de ellas es la verdadera -si es que
realmente alguna lo es-.

Pero no nos desanimemos. Quizá sea usted una mente inquieta capaz de
proporcionar una solución original y, por qué no, definitiva a la
Paradoja. Sin embargo, si prefiere tomárselo con calma y averiguar
primero lo que otros han dicho antes al respecto, siga leyendo y
descubrirá algunas de las conclusiones más interesantes a las que han
llegado expertos y estudiosos del tema.



YA ESTAN AQUI

Stephen Webb, en su profundo trabajo de recopilación, ha organizado las
posibles soluciones a la Paradoja de Fermi en tres grandes grupos de
optimismo decreciente. El primero de ellos es el que contempla la más
sencilla resolución: los extraterrestres ya están aquí o nos han
visitado alguna vez.

La primera contestación que recibió Fermi estuvo precisamente en esta
línea, y procedía de su buen amigo Leo Szilard, con quien compartía mesa
en Los Alamos. Aunque en honor a la verdad, no parece que hablara
demasiado en serio: el científico dijo, medio en broma, que los
extraterrestres ya tenían un nombre: húngaros. Szilard, que había nacido
en Budapest, compartía ciudad natal con sus colegas Eugene Wigner,
Edward Teller, John von Neumann o Theodore von Kármán, todos ellos
auténticos genios en sus respectivos campos de la Ciencia. Tan
brillantes eran (Neumann fue considerado el hombre más listo del mundo)
que sus colegas los llamaban a menudo “los marcianos”.

La siguiente solución aportada resultaba bastante más obvia. En el
apogeo de la histeria provocada por la aparición de platillos volantes,
parecía claro que éstos procedían del espacio exterior, que nos estaban
visitando con frecuencia y que incluso se atrevían a entrometerse en
nuestros asuntos. Si los famosos OVNIs están además tripulados por
extraterrestres, la Paradoja de Fermi queda resulta de inmediato.

Suponiendo que no nos convenza demasiado el origen de los platillos
volantes, aún no debemos renunciar a la existencia de civilizaciones
extraterrestres (CETs). Quizá nos visitaron en un lejano pasado, y
dejaron pistas sobre su presencia en nuestro planeta. Autores de dudosa
fiabilidad, como Erich von Däniken, han escrito mucho sobre ello. En
todo caso, dichas señales podrían encontrarse en nuestro planeta, la
Luna, Marte o cualquier otro planeta del Sistema Solar.

En 1996, la NASA anunció la posible (y polémica) existencia de fósiles
de vida marciana en un meteorito caído y recogido en la Antártida. Si
existió vida en la historia remota del Planeta Rojo, y ésta consiguió
llegar hasta aquí hace mucho tiempo, para después evolucionar, podríamos
llegar a una nueva conclusión: los extraterrestres (marcianos) existen,
pero somos nosotros. Algunos científicos, de hecho, insisten en que la
vida terrestre procede del espacio (teoría de la panspermia). Si la
“plantación” fue, además, deliberada, tendríamos otra prueba de que ahí
afuera hay alguien que ya nos ha visitado, al menos una vez.

También resulta curiosa la propuesta de John Ball, que nos habla de la
Tierra como un “zoológico” preparado por los extraterrestres.
Civilizaciones muy avanzadas aparecerían y desaparecerían en la Galaxia,
destruidas por sus enemigos o por sí mismas. Alguna de ellas podría
haber deseado establecer una reserva en este planeta azul, alejada del
“ruido galáctico”, donde la vida pudiera desarrollarse sin verse
afectada por los dramáticos acontecimientos del exterior. Así, nuestro
mundo sería sólo un ente para ser observado, ajeno a todo lo demás. Una
variación del escenario del zoológico, ideada por Martyn Fogg, propone
que la Tierra podría estar bajo la esfera de influencia de alguna
civilización tan avanzada que, no necesitando de sus recursos, no desea
que su esencia sea contaminada por influencias exteriores.

En una línea similar, pero muy “matrixiana”, Stephen Baxter sugiere que
la Tierra y sus inquilinos viven en una especie de simulación de
realidad virtual, que nos proporciona una impresión artificial del
Universo semejante a la que tenemos cuando entramos en un planetario.
Nos inculcarían así la ilusión de que estamos solos en el Universo, y
nos alejarían de cualquier influencia que cambiara nuestra línea
evolutiva natural.

La última solución de este grupo de propuestas nos acerca a la teología.
Si creemos en su existencia y otorgamos un carácter omnipotente a Dios,
es posible que, ante nuestros ojos, las civilizaciones extraterrestres
más avanzadas no se distingan demasiado de este ser supremo. En este
sentido, Edward Harrison propone que nuestro Universo, con sus leyes
físicas y constantes particulares, habría sido creado artificialmente en
un laboratorio, dentro de otro universo mayor.





NADA EN EL CONTESTADOR (AUN)

El segundo grupo de soluciones a la Paradoja de Fermi sigue otorgando
visos de realidad a la existencia de CETs. Pero si bien deben estar ahí
fuera, todavía no se han comunicado con nosotros.

¿Cómo justificar esta falta de contacto? La forma más directa es aquella
que afirma de forma categórica que las estrellas están demasiado lejos;
siendo esto rigurosamente cierto, el viaje interestelar podría no ser
posible, lo que evitaría que los extraterrestres vinieran a visitarnos,
aunque quisieran hacerlo.

Alternativamente, y esperando que, armados con una tecnología alejada de
cualquier cosa imaginada, fueran capaces de recorrer tan vastas
distancias, nuestros amigos podrían estar ya en camino: simplemente, no
habrían tenido tiempo de llegar hasta nosotros. Tengamos en cuenta que,
a la velocidad de la luz, tardaríamos más de 4 años en llegar a la
estrella más próxima a nosotros, o millones de años si nos dirigiéramos
hacia otras galaxias. Quizá nuestros hermanos espaciales viajan en
naves-mundo preparadas para colonizar a medida que avanzan, vehículos
que han asistido al nacimiento y muerte de innumerables generaciones de
individuos.

Pero incluso si la colonización de la Galaxia estuviera tan avanzada, la
Tierra podría haber quedado al margen. Geoffrey Landis opina que algunas
civilizaciones podrían encontrar más atractivas unas zonas que otras, en
función de su propia naturaleza. Si no pudimos ofrecer algo de interés
para ellos, tal vez hayamos sido ignorados. Otra posibilidad es que los
propios extraterrestres consideren viajar personalmente a otros mundos
un acto de desgaste biológico injustificable. Siendo muy avanzados,
puede que no nos visiten ellos, sino sus máquinas, en especial aquellas
capaces de auto-replicarse y extenderse exponencialmente a través del
espacio (como las sondas de Bracewll-von Neumann), asimilando la materia
prima que encuentren en el camino.

Tampoco hay que desdeñar las peculiaridades que distinguirían a las
civilizaciones extraterrestres. Algunas de ellas podrían haber
encontrado sus fuentes de energía en ámbitos distintos al espacio
normal, no teniendo ninguna necesidad de desplazarse a otros mundos. O
acaso hayan decidido quedarse en casa y comunicarse sólo vía radio o un
sistema equivalente.

¿Por qué querrían quedarse en su mundo sin explorar? Si antes hablamos
de que podríamos estar viviendo en una realidad virtual creada por
ellos, lo contrario podría ser asimismo cierto. Su sofisticación
tecnológica les habría hecho edificar una realidad alternativa mucho
mejor y más placentera que la real.

Algunos científicos, en cambio, creen que es culpa nuestra no haber
detectado CETs. Estos seres podrían haber estado intentando comunicarse
con nosotros desde hace tiempo, quizá desde siempre, sin que nosotros
hayamos obtenido todavía las herramientas precisas para poder oírles.
Las comunicaciones podrían hacerse no sólo a través de ondas de radio,
algo que ya dominamos, sino también mediante ondas gravitatorias,
partículas exóticas, o sistemas que aún no hemos descubierto. ¿Y si
están utilizando un medio de comunicación que sabemos cómo utilizar,
pero del cual carecemos la frecuencia exacta por la que transmiten? Las
actuales búsquedas SETI se desarrollan por el momento casi “a ciegas”.

Siendo más optimistas, imaginemos poseer ya las herramientas y la
frecuencia de recepción. ¿Bastaría con ello? No. Deberíamos saber hacia
dónde mirar y orientar bien nuestros instrumentos. Hay millones de
estrellas ahí fuera y no estamos muy seguros de cuáles tienen mayores
probabilidades de poseer planetas habitados. Actuamos basándonos en
suposiciones más o menos científicas, esperando, por qué no, el apoyo de
la suerte. Sin ella, buscar a tan escurridiza aguja en el inmenso pajar
cósmico podría suponer millones de años de trabajo sin recompensa
alguna.

Por fortuna, no faltan quienes creen que la señal que delatará la
existencia de las CETs ha sido ya capturada por nuestros
radiotelescopios. Nuestro problema sería que somos incapaces de
identificar esa señal, separándola del ruido de fondo. No en vano el
análisis de las señales, en investigación SETI, es tanto o más
importante que su obtención. Otros prefieren pedir paciencia: a pesar de
que hemos observado el cielo con detenimiento, lo hemos hecho durante
relativamente poco tiempo. Peor aún, quizá prestamos atención a las
señales de una determinada estrella cuando nuestros amigos alienígenas
estaban “cambiándole los fusibles” a su antena de transmisión y por
tanto ésta se encontraba inactiva. El éxito dependerá, probablemente, de
nuestra constancia.

El auge alcanzado por la investigación SETI en nuestros días plantea
otro curioso interrogante. ¿Y si todos escuchan y nadie transmite? Si
descontamos nuestras señales de radio y televisión, nosotros lo hicimos
brevemente hace tiempo, pero nuestro mensaje puede haber pasado
totalmente desapercibido o requerir millones de años para llegar a un
indeterminado punto de destino.

Existe otra desalentadora posibilidad: las CETs podrían NO querer
comunicarse con otros mundos. La psicología extraterrestre se nos
escapa, y no podemos esperar que cumplan con nuestro código de conducta.
Quizá tienen miedo de ser descubiertos y colonizados por otras razas más
a la vanguardia técnicamente, o puede que ya sean tan avanzados que no
encuentren interés alguno en entablar relaciones con seres claramente
inferiores.

Cambiando de registro, y desde un punto de vista científico, es posible
que algunas civilizaciones empleen unas matemáticas demasiado distintas
a las nuestras. Su concepto de la Ciencia y su descripción de la
naturaleza serían tan diferentes que no sabemos si seríamos capaces de
entendernos. Podrían estar transmitiéndonos señales en las que no
sabríamos reconocer la artificialidad que los delatara. Esperemos que
existan civilizaciones más semejantes a nosotros, o al menos, deseosas
de ser comprendidas al más bajo nivel posible.

Otros autores denuncian nuestra relativa falta de conocimientos. Somos
una especie joven, cuya ciencia apenas lleva acelerando progresivamente
unos cientos de años. Todavía no hemos sido capaces de desarrollar una
teoría del todo, que englobe gravitación, electromagnetismo, sistemas
cuánticos... No podemos declarar saberlo todo sobre el Universo, ni
sobre los fenómenos que en él se desarrollan. Podríamos especular aquí
sobre universos paralelos, otras dimensiones..., lugares en los que no
sabemos buscar y que podrían estar habitados por seres reales pero
inalcanzables desde nuestro punto de vista.

Contemplando nuestros propios problemas como especie inteligente, tal
vez debamos plantearnos si es posible convertirse en civilización
avanzada sin autodestruirse en el proceso. Existirían muchas CETs tan
avanzadas como la nuestra, pero también tan imposibilitadas como
nosotros de viajar o comunicarse de forma apropiada. Ninguna de ellas
alcanzaría ese umbral mágico, porque todas acabarían desapareciendo,
destruidas por su propio potencial o sus defectos. Como ejemplo,
consideremos el crecimiento exponencial en la capacidad de nuestras
máquinas y ordenadores. Vernor Vinge considera que hacia 2030 nuestras
computadoras habrán alcanzado un estado de inteligencia sobrehumana. En
poco tiempo podrían tomar el control y provocar la desaparición del
Hombre. Teniendo en cuenta que la computación es un requisito para mirar
hacia las estrellas con ambición, este desastre podría estar ocurriendo
ahora mismo en todo el Universo. Pero aún deberíamos preguntarnos:
¿dónde están esas súper-inteligencias mecánicas?

Otras civilizaciones jamás desarrollarán ordenadores que las destruyan.
Su entorno (subterráneo, por ejemplo) podría no haber propiciado el
desarrollo de las matemáticas o la astronomía. No sabrán ni se
preguntarán nunca si existen otros seres vivos en el espacio.

Para cerrar este grupo de posibles respuestas a la Paradoja de Fermi,
conviene mencionar la propuesta de Michael Hart, que concede que existen
muchas CETs, pero ninguna en nuestro horizonte visible. Dada la
velocidad finita de la luz, si el Universo, por su parte, fuera
infinito, sólo podríamos tener acceso a una parte de él. Aunque
estuviera lleno de vida, lo que estuviera demasiado lejos estaría
siempre fuera de nuestro alcance.


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